........................................Del "Tratado de los tres impostores", (anónimo)


esucristo, que no ignoraba ni las máximas ni la ciencia de los egipcios,
dio curso a esa opinión; la creyó útil para su propósito. Considerando hasta qué punto Moisés se había hecho célebre aunque sólo había gobernado un pueblo de ignorantes, se propuso edificar sobre ese fundamento y se hizo seguir por algunos imbéciles a los que convenció de que el Espíritu Santo era su padre y su madre una virgen: esas buenas gentes, acostrumbradas a contentarse con sueños y fantasías, adoptaron esas nociones y creyeron todo lo que él quiso, tanto más cuanto que un nacimiento semejante no era para ellos algo demasiado maravilloso.

Haber nacido de una virgen por la intervención del Espíritu-Santo no es ni más extraordinario ni más milagroso que lo que cuentan los Tártaros de su Gengis-kan, cuya madre fue también una virgen. Los chinos dicen que el dios Foé debía la existencia a una virgen fecundada por los rayos del sol.
Este prodigio sucedió en una época en la que los judíos, cansados de su Dios como lo estuvieron de sus jueces, querían tener uno visible como las demás naciones.
Como el número de bobos es infinito, Jesucristo encontró súbditos por todas partes; pero como su extrema pobreza era un obstáculo invencible para su ascenso, los fariseos, tan pronto admiradores suyos como celosos de su audacia, le hundían o le ensalzaban según el humor inconstante del populacho. Corrió el rumor de su divinidad pero, desprovisto de fuerzas como estaba, era imposible que triunfara su intención: algunos enfermos que curó y algunos supuestos muertos que resucitó le dieron cierta fama pero, sin dinero y sin ejército, sólo podía perecer; si hubiera tenido esas dos cosas habría tenido tanto éxito como Moisés y Mahoma o como todos los que han tenido la ambición de ascender por encima del resto. Ha sido más infeliz pero no ha sido menos hábil que ellos y algunos momentos de su historia prueban que el mayor defecto de su política fue no ocuparse lo suficiente de su seguridad. Por lo demás, no encuentro yo que haya tomado sus medidas peor que los otros dos; su ley, al menos, se ha convertido en la regla de la creencia de los pueblos que se precian de ser los más sabios del mundo.
(...)
Fundado así el cristianismo, Jesucristo pensó hábilmente sacar provecho de los errores de la política de Moisés y hacer su nueva ley eterna, empresa esta en la que triunfó posiblemente más allá de sus esperanzas. Los profetas hebreos creían honrar a Moisés predicando un sucesor que sería semejante a él, es decir, un Mesías, grande en virtudes, poderoso en bienes y terrible para sus enemigos; sin embargo, sus profecías produjeron un efecto totalmente contrario pues muchos ambiciosos tomaron en ello ocasión para hacerse pasar por el Mesías anunciado, lo que causó revueltas que han durado hasta la total destrucción de la antigua república de los hebreos.
Jesucristo, más hábil que los profetas mosaicos, para desacreditar de antemano a quienes se levantaran contra él, ha predicho que un hombre así sería el gran enemigo de Dios, el favorito de los demonios, la reunión de todos los vicios y la desolación del mundo. Tras esos bellos elogios parece que nadie debe sentirse tentado de proclamarse el Anticristo, y no creo que pueda encontrarse un mejor secreto para eternizar una ley, aunque no hay nada más fabuloso que lo que se ha contado sobre ese pretendido anticristo. Cuando san Pablo vivía decía que ya había nacido y, por tanto, se estaba
en vísperas del regreso de Jesucristo; sin embargo, han pasado ya más de 1600 años desde la predicación del nacimiento de ese formidable personaje sin que nadie haya oído hablar de él. Confieso que algunos han aplicado esas palabras a Evión y a Cerinto, dos grandes enemigos de Jesucristo cuya pretendida divinidad combatían, pero puede también decirse que, si esa interpretación es conforme con el sentimiento del apóstol, lo que no es creíble en modo alguno, esas mismas palabras designan en todos los siglos a una infinidad de anticristos que, no siendo auténticos sabios, han creído no faltar a la verdad diciendo que la historia de Jesucristo es una fábula despreciable y que su ley no es sino una sarta de fantasías que la ignorancia
ha puesto de moda, que el interés mantiene y que la tiranía
protege.
A pesar de todo se pretende que una religión establecida sobre fundamentos tan débiles es divina y sobrenatural, como si no se supiera que no hay nadie tan presto a cursar las más absurdas opiniones que las mujeres y los idiotas; pero no es extraño que Jesucristo no tenga ningún sabio que le siga: el sabía perfectamente que su ley no podía concordar con el buen sentido. Sin duda, es por eso que declamaba tan a menudo contra los sabios que excluía de ese
reino suyo en el que sólo se admite a los pobres de espíritu, los simples y los imbéciles: los espíritus razonables deben consolarse porque no tendrán nada que disputar con los insensatos.
En cuanto a la moral de Jesucristo, no se ve en ella nada de divino
que daba hacerla preferible a los escritos de los antiguos; mejor aún: todo lo que se ve está sacado de ellos, o los imita. San Agustín confiesa haber encontrado en algunos de sus escritos todo el principio del evangelio según san Juan: se añade a eso que este apóstol estaba acostumbrado hasta tal punto a copiar a los demás que no le resultó difícil usurpar a los profetas sus enigmas y sus visiones para componer con ellos su Apocalipsis ¿De dónde procede, por ejemplo, la conformidad que se encuentra entre la doctrina del Viejo y del Nuevo Testamento y los escritos de Platón si no es de que los rabinos y los que han compuesto las escrituras han plagiado a ese gran hombre? El nacimiento del mundo es más verosímil en su Timeo que en el libro del Génesis; no puede decirse, sin embargo, que eso procede de que Platón hubiera leído en su viaje a Egipto los libros judaicos, ya que, según señala san Agustín, el rey Ptolomeo aún no los había hecho traducir cuando ese filósofo hizo aquel viaje.
La descripción del país que Sócrates le hace a Simias en el Fedón, tiene infinitamente más gracia que el Paraíso terrenal, y la fábula de los andróginos está incomparablemente mejor traída que todo lo que aprendemos en el Génesis sobre la extracción de una de las costillas de Adam para formar a la mujer, etc. ¿Hay algo más parecido a los dos incendios de Sodoma y Gomorra que el que causó Faetón? ¿Hay algo más conforme con la caída de Lucifer que la de Vulcano o la de los Gigantes arrojados al abismo por el rayo de Júpiter? ¿Qué cosas se asemejan más que Sansón y Hércules, Elías y Faetón, José e Hipólito, Nabucodonosor y Licaón, Tántalo y el rico avariento, el Maná de los israelitas y la ambrosía de los dioses? San Agustín, san Cirilo y Teofilacto comparan a Jonás con Hércules, apodado trinoctius porque estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena.
El río de Daniel descrito en el capítulo 7 de sus profecías, es una imitación visible del Pyriflegeton del que se habla en el diálogo de la inmortalidad del alma. Se ha sacado el pecado original de la caja de Pandora, el sacrificio de Isaac y de Jefté del de Ifigenia, cuyo lugar ocupó una cierva. Lo que se cuenta de Lot y de su mujer es totalmente conforme a lo que nos cuenta la fábula sobre Baucis y Filemón; la historia de Perseo y de Bellerofon es el fundamento de la de san Miguel y el demonio al que venció. En fin, constantemente los autores de la Escritura han transcrito casi palabra por palabra las obras de Hesíodo y de Homero.
.....................................................................................Fragmento de "Tratado de los tres impostores", (anónimo).

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