a que hemos aludido a la religión, convendrá, quizás, examinar más de cerca esta extraña forma de comportamiento animal antes de abordar otros aspectos de las actividades agresivas de nuestra especie. El tema no es fácil, pero como zoólogos que somos, procuraremos observar lo que ocurre, más que escuchar lo que se presume que sucede...
Si lo hacemos así, llegaremos a la conclusión de que, en sentido de comportamiento, las actividades religiosas consisten en la reunión de grandes grupos de personas para realizar reiterados y prolongados actos de sumisión, al objeto de apaciguar a un individuo dominante.
El individuo dominante en cuestión adopta muchas formas, según las civilizaciones, pero tiene siempre el factor común del poder inmenso. Algunas veces, toma la forma de un animal de especie diferente, o de una versión idealizada de éste. Otras veces, es representado como un miembro más sabio y más viejo de nuestra propia especie. Otras, ha adoptado un aspecto más abstracto, y es considerado, sencillamente, como «el estado» u otro término semejante. Las reacciones de sumisión pueden consistir en cerrar los ojos, bajar la cabeza, juntar las manos en actitud de súplica, hincar las rodillas, besar el suelo o incluso postrarse en él, con frecuentes acompañamientos de gemidos o de vocalizaciones cantadas. Si estos actos de sumisión son eficaces, se logra el apaciguamiento del individuo dominante. Como su poder es tan grande, las ceremonias de apaciguamiento tienen que realizarse a regulares y frecuentes intervalos, para evitar que surja de nuevo su enojo. Generalmente, pero no siempre, se identifica el sujeto dominante con un dios.
Dado que ninguno de estos dioses existe en forma tangible, ¿por qué fueron descubiertos? Para dar respuesta a esta pregunta tenemos que volver a nuestros orígenes ancestrales. Antes de evolucionar y convertirnos en monos cazadores, tuvimos que vivir en grupos sociales como los que vemos actualmente en otras especies de cuadrumanos. En éstas, y en los casos típicos, cada grupo está dominado por un solo macho. Es el jefe, el señor supremo, y todos los miembros del grupo tienen que apaciguarle, o sufrir las consecuencias se no lo hacen. Es también el más activo en la protección del grupo contra los riesgos exteriores y en la solución de las disputas entre los miembros inferiores. La vida entera de cada miembro del grupo gira alrededor del animal dominante. Su papel omnipotente le da categoría de dios. Volviendo a nuestros inmediatos antepasados, resulta claro que con el desarrollo del espíritu de cooperación, tan vital para el éxito de la caza en grupo, el ejercicio de la autoridad por el individuo dominante tenía que ser severamente limitado, si había de conservar la fidelidad activa, como opuesta a la pasiva, de los demás miembros del grupo. Era necesario que éstos quisieran ayudarle, además de temerle. Tenía que ser más «uno de ellos». El mono tirano de la vieja escuela tenía que desaparecer, para dar paso a un jefe más tolerante, más colaborador. Este paso era esencial para el nuevo tipo de organización de «ayuda mutua» que se estaba desarrollando, pero suscitó un problema. Al sustituirse el dominio total del miembro Número Uno del grupo por un dominio cualificado, éste no podía ya exigir una fidelidad ciega. Este cambio en el orden de las cosas, aunque vital para el nuevo sistema social, dejaba, empero, un importante hueco. Persistía la antigua necesidad de una figura omnipotente capaz de tener al grupo bajo control, y su falta fue compensada con la intervención de un dios. La influencia de esta figura divina podía, entonces, actuar como fuerza adicional a la influencia, más restringida, del jefe de grupo. A primera vista, es sorprendente que la religión haya prosperado tanto, pero su extraordinaria potencia es simplemente una medida de la fuerza de nuestra tendencia biológica fundamental, heredada directamente de nuestros antepasados simios, a someternos a un miembro dominante y omnipotente del grupo. Debido a esto, la religión ha resultado inmensamente valiosa como contribuyente a la cohesión social, y cabe dudar de que nuestra especie hubiese llegado muy lejos sin ella, dada la combinación única de circunstancias de nuestros orígenes evolutivos. Ha producido, además, una serie de curiosos derivados, como la creencia en «otra vida», donde al fin nos reuniremos con las figuras divinas. Estas, por las razones ya explicadas, se vieron irremediablemente impedidas de unirse a nosotros en la vida presente; pero esta omisión puede corregirse en una vida ulterior. Al objeto de facilitarlo, ha surgido una gran variedad de prácticas extrañas, en relación con la disposición de nuestro cuerpo cuando morimos. Si vamos a reunirnos con los omnipotentes jefes, tenemos que estar bien preparados para ello y hay que realizar complicadas ceremonias funerarias.
La religión ha sido también causa de muchos e innecesarios sufrimientos y calamidades, siempre que se ha formalizado excesivamente en su aplicación, y siempre que los «ayudantes» profesionales de las figuras divinas han sido incapaces de resistir la tentación de pedirles prestado un poco de su poder para su propio uso. Pero, a pesar de su abigarrada historia, constituye un elemento imprescindible de nuestra vida social. Cuando llega a hacerse inaceptable, es calladamente, o a veces violentamente rechazada; pero inmediatamente resurge bajo una nueva forma, quizás hábilmente disfrazada, pero conteniendo los mismos antiguos elementos básicos. Sencillamente, tenemos que «creer en algo». Pero una creencia común puede unirnos y mantenernos bajo control. Podría argüirse, partiendo de esto, que cualquier creencia es útil, con tal de que sea lo bastante fuerte; pero esto no es rigurosamente cierto. Tiene que ser grandiosa, y parecer grandiosa. Nuestra naturaleza comunitaria exige la realización y la participación en un complicado ritual colectivo. La eliminación de «la pompa y la circunstancia» dejaría un terrible vacío cultural, y la instrucción dejaría de actuar debidamente en el profundo, emocional y necesario nivel. En cambio, ciertos tipos de creencia son particularmente inútiles y embrutecedores, y pueden llevar a una comunidad a rígidas normas de comportamiento que obstaculizan su desarrollo cualitativo. Como especie, somos animales eminentemente inteligentes y curiosos, y, si la creencia se adapta a esta circunstancia, resultará altamente beneficiosa para nosotros. La creencia es el valor de la adquisición del conocimiento, la comprensión científica del mundo en que vivimos, la creación y apreciación de los fenómenos estéticos en sus numerosas formas y la extensión y profundización de nuestro campo de experiencias en la vida cotidiana se están convirtiendo rápidamente en la «religión» de nuestro tiempo. La experiencia y la comprensión son nuestras imágenes, bastante abstractas, de los dioses, a quienes irritará nuestra ignorancia y nuestra estupidez. Las escuelas y universidades son nuestros centros de enseñanza religiosa; las bibliotecas, los museos, las galerías de arte, los teatros, las salas de conciertos y los campos de deporte, nuestros lugares de adoración en comunidad. Cuando estamos en casa, adoramos con nuestros libros, periódicos, revistas y aparatos de radio y televisión. En cierto sentido, seguimos en otra vida, porque parte del premio de nuestros trabajos creadores es el sentimiento de que, gracias a ellos, seguiremos «viviendo» después de muertos.
.................................................................................( D. Morris, fargmeto de su libro "El mono desnudo").
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